El 29
de marzo llegó y pasó. Una fecha que los sindicatos recordarán como un gran
triunfo de la democracia, el Gobierno como un fracaso de convocatoria popular,
y en la que Intereconomía demostró gráficamente y con sobrada objetividad que a
las manifestaciones solo acudieron dos despistados (contados). La convocatoria
de la huelga suscitó diferentes opiniones tanto entre políticos como entre
trabajadores. Los hubo que la consideraron tardía y los que la creyeron oportuna
y lógica. Luego estuvo Esperanza Aguirre que la calificó de antipatriótica,
pero tampoco es como si hubiera que hacer caso de todo lo que comenta esta
mujer. De hecho, según su versión de patriotismo no saben si entregarle el
premio de ‘Español del año’ a Francisco Camps o a un ciudadano anónimo que se
rumorea que solidariamente va a comenzar a pagar a su jefe por trabajar.
En fin,
como siempre, ha habido una gran guerra de cifras. Los sindicatos celebraron un
casi total paro en algunos sectores y, sin embargo, desde el Gobierno y la
Patronal tildaron la huelga de anecdótica. Como siempre las cifras en ambos
casos son subjetivas y cualquier dato que salga siempre será tergiversado en
uno u otro sentido. De hecho, el artículo más coherente que he leído es de
Vicenç Navarro, un hombre que ya no tiene edad ni motivos para ser un estómago
agradecido de nadie, y que en los últimos años ha ofrecido más propuestas
lógicas para la salida de la crisis que todos los políticos que tenemos en el
Parlamento y en el Senado. Si alguien le interesa el artículo, lo tiene colgado
en su página web.
Yo poco
pude participar en la huelga estando desempleada, aparte de acudir a la
manifestación de mi ciudad, Santander. Por lo tanto es todo lo que puedo añadir
de fuente propia, sin tener que fiarme de publicaciones y distintas versiones.
En un día de huelga siempre se habla de los hechos más destacados. He leído que
el dueño de un bar de Madrid acusaba a un piquete de haber destrozado su
establecimiento y había denunciado entre otros a un popular actor español.
Lamentable. También ha sido noticia nacional tanto la agresión que sufrió la
sindicalista María L. Elguero (afiliado a CC OO) a manos de un empresario en
Torrelavega mientras participaba en un piquete, como el “accidente” del joven
Xuban Nafarrate, de 19 años durante la mañana de la huelga en Vitoria-Gasteiz.
En el
primer caso los hechos deben ser juzgados ante un juez, pero lo único probado
es que la señora Elguero fue ingresada en Sierrallana con varios cortes en la
cara y en una de las manos realizados con un cuchillo de grandes proporciones. El
video mostrado por El Diario Montañés demuestra un intercambio de palabras
bastantes alteradas entre el empresario y el piquete, seguido por una pelea
entre este y uno de los sindicalistas, tras lo cual Lucio Ortiz sacó el
cuchillo e hirió a la agredida. La situación de Xuban ha levantado ampollas en
su ciudad, donde el viernes una multitud de personas se manifestaba en apoyo
del joven estudiante de cuya caída accidental se duda. La versión oficial le
coloca cruzando contenedores cerca de El
Corte Inglés, pero sus amigos junto con varios testigos aseguran que estaba en
el instituto Ekialde, repartiendo propaganda cuando se llevó a cabo una
carga de la Ertzaintza con pelotas de goma que el Gobierno Vasco niega a pesar
de los varios heridos que dejaron a su paso. También denuncian que además de
disparar al chico en la cabeza, le patearon e metieron en la boca varios
folletos de propaganda. Xuban se encuentra ingresado, ahora afortunadamente ya
fuera de la UCI, recuperándose de un traumatismo craneoencefálico que
es difícil de creer que sea causado por una simple caída. Como siempre, y
llegados a este punto, debo aclarar mi oposición a cualquier tipo de violencia
o de limitación de los derechos, venga de quien venga.
Por
otro lado, he de decir que mi experiencia en Santander estuvo desprovista de
tensión. Poca presencia policial, casi anecdótica, y mucha gente. Muchísima. No
recuerdo nada parecido desde las manifestaciones por los atentados del 11-M, y
puede que incluso esta vez se superara el número. Las cifras hablan de 40.000
personas y no me parece descabellado para una marcha que se encabezaba en el
Paseo Pereda mientras la cola aún avanzaba por la calle Burgos. Un torrente de
gente que ocuparon un kilómetro y medio de inicio a final. Algo sorprendente en
una ciudad como Santander.
La
manifestación discurrió en un ambiente relajado y tranquilo. Varios cánticos o
representaciones teatrales se veían a lo largo del recorrido, y había tanto colectivos
de estudiantes como padres de familia acompañados de sus retoños. Llegados al
final y cuando los líderes sindicales comenzaron a dar su parrafada, yo preferí
entablar conversación con Rufi, una
anciana que tenía al lado. La señora, muy arreglada y bien puesta, estaba
allí sola, cruzada de brazos. No era extraño que horas antes otra mujer de su
edad la confundiera y se uniera a ella para criticar a los huelguistas. Se
equivocó, tal y como me contó. No puedes acercarte a cualquiera para llamar
vagos y maleantes a los que luchan por sus derechos, porque corres el riesgo de
encontrarte a alguien como ella, que debe mantener con su pensión a su nieta de
ocho años porque su hija está divorciada y no encuentra trabajo. Ella sabe por
experiencia que el que no trabaja no es precisamente porque no quiera. Otra
señora también llamó mi atención. Portaba una “pancarta” hecha deprisa y
corriendo con un folio que rezaba: “Estoy aquí porque a mi hija no le dejan”.
Sí. Porque la presión no estuvo solo de un lado. También hubo muchos que
quisieron hacer huelga y las amenazas eran demasiado grandes. Ahora mismo
tenemos demasiado miedo, pero cuando pase un tiempo ya no habrá motivos. Y ahí
es cuando deberán temer los de arriba. Porque no hay nadie más valiente y a la vez más inconsciente que aquellos que ya
no tienen nada que perder.
Hubo
muchos discursos esa tarde. La verdad, no escuché mucho. No me interesa lo que
tengan que decir los líderes sindicales, porque al igual de los políticos
tienen el asiento bien amueblado. La situación real la mido hablando con gente
como Rufi, cuyos problemas son reales y por desgracia muy precarios. Es la
herencia de la crisis, y su situación solo puede ir a peor con todos los
recortes en el Estado del Bienestar. Hasta que lo quiten todo. Entonces tampoco habrá miedo.
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