Hay temporadas
de mucha lluvia y otras de sequía. Lo mismo ocurre con la información. Pueden pasar
días sin nada interesante que leer, y de
repente una mañana levantarse con saturación de noticias. Es lo que me ha
pasado a mí. Esta semana ha sido de órdago, sobre todo con situaciones que
podrían enmarcarse en el mismo ámbito. La violencia física y verbal o, lo que
es lo mismo que esto último, la falta de respeto.
Soy de
una tierra pequeña y poco valorada por el resto del país. Una que está en medio
de los poderosos vascos y de los tradicionalmente luchadores asturianos. Cantabria
no es que sea una región de las que se suelen tener en cuenta, y aparte de dar
nombre el mar Cantábrico y de tener algunos representantes muy valiosos en
deporte y cultura, no somos demasiado conocidos. Pero me temo que acabaremos
haciendo historia por los políticos que nos gobiernan tanto de una ideología
como de otra. Es difícil destacar en este ámbito teniendo en cuenta cómo está
la política hoy en día, en que la visión de un Pleno en el Congreso se parece
más al Sálvame que a lo que debería ser una cámara de representantes del
pueblo. Pero que en una provincia tan pequeña, ante una situación como la que
estamos, no sepan ni siquiera mantener las formas, a mi me provoca tristeza.
La situación
es de sobra conocida. La economía parece ir de mal en peor, los ERES se multiplican
como setas y las últimas cifras señalan que uno de cada cinco cántabros está en
riesgo de pobreza y de exclusión social. Las huelgas son comprensibles para
cualquiera que pueda ver los aprietos, cada vez más duros, por los que pasan
las familias para llegar a fin de mes. Pero en vez de cooperar juntos para tratar
de resolver esta trágica situación, los políticos prefieren tirarse piedras
entre ellos, a ver si la gente leyéndolo se entretiene y se olvida que a la
hora de apretarse el cinturón solo lo hace el de abajo. Comenzó el señor
presidente, Ignacio Diego (PP), llamando sinvergüenzas
a socialistas y regionalistas por unirse
a las manifestaciones contra la nueva reforma laboral. Y estos, como un niño de
colegio que no está dispuesto a quedarse por detrás, le han respondido
llamándole desequilibrado y mezquino. De mientras sus sueldos en el
Parlamento siguen tan altos como es costumbre, en esa parte, curiosamente, siempre
consiguen ponerse de acuerdo.
No deja
de parecerme irónico que esta misma semana se vuelva a abrir el debate sobre la
educación en la región. Concretamente sobre la autoridad de los profesores. Ahora
convertido en un anteproyecto de ley, la idea que tiene el Gobierno es
convertir a los docentes en autoridad pública a partir del próximo curso. Con ello
tendrían capacidad de sancionar y contarían con presunción de veracidad. Que
los políticos que esta semana han dado “el cante” con su falta de educación
quieran imponer doctrina con el sí o sí me parece preocupante. Estuviera quien
estuviera en el Gobierno. De hecho, las Asociaciones de Padres no están de
acuerdo con la medida, y no pocos profesores les apoyan. Como ellos dicen, la
autoridad se gana con el ejemplo del día a día. Al leer esa noticia no he
podido dejar de recordar a una profesora que tuve en secundaria que con la
excusa de que había estado de baja por depresión humillaba a los alumnos que no
le entraban por el ojo y se inventaba sus propias razones para justificarse,
llegando incluso a acabar en fuertes desacuerdos con otros docentes. Casi tiemblo
al imaginar cómo esa mujer se debe estar frotando las manos ante ese poder
absoluto que tendrá…
Y del
eterno debate sobre educación, pasemos a un tipo de violencia que se ha vuelto
bastante común en los últimos meses. La utilizada físicamente contra los
movimientos populares y estudiantiles que han ido surgiendo desde mayo del año
pasado. El último caso ocurrió ayer, 9 de marzo, en la facultad de Ciencias de
la Información de la universidad Complutense de Madrid. Como ya habían
anunciado días anteriores, el movimiento “Tomalafacultad” había organizado una
fiesta con el fin de recaudar fondos para sus próximas actividades. Eran las 8
de la tarde cuando, por lo visto, un grupo de personas de ideología neonazi se
presentó en el lugar con la intención de boicotear la fiesta y desató la
violencia. La noche acabó con 9 detenidos, un universitario herido, y la versión
en casi todos los medios de comunicación sobre lo ocurrido, que lo tildaban de
un enfrentamiento puntual entre bandas de ideología opuesta. Tanto la policía
como la prensa le quitaron importancia a una agresión planificada y organizada por
un grupo radical que lleva demasiadas víctimas en los últimos años. ¿Cómo
esperan que los más jóvenes aprendan educación cuando se les dice que hay
ciertas agresiones que no son para tanto? ¿Cuándo siempre se acaba justificando
la violencia contra este tipo de colectivos?
No es
de mi gusto tomar parte públicamente, pero me temo que en este caso no tengo opción. Hoy hace
un mes estuve en Madrid en un viaje cortito, y tuve la oportunidad de ver lo
ocurrido en la Puerta del Sol que esa noche ocupó parte de los informativos
nacionales. Me acerqué por curiosidad al saber que había concentración, y lo
que me encontré fue un ambiente relajado y pacífico. No puedo decir otra cosa. Sin
embargo sí vi algo que comenzó a preocuparme. Según pasaban los minutos y el
ambiente continuaba con total tranquilidad, se veían cada vez más policías
llegando a la zona como si aquello hubiera sido el escenario de algún atentado.
Furgones y furgones de antidisturbios llegando, e innumerables agentes armados
con todo el equipo ante un público que ni siquiera les hacía caso en principio.
Y de un momento a otro comienza la carga. Sin ton ni son. Sin comerlo ni
beberlo. Sin previa provocación, como después se justificó en todos los medios
de comunicación.
Ahí me
quité de en medio, reconozco que no tengo alma de mártir. Pero la posterior
cobertura que se hizo de los hechos, que contrastaba tanto con lo que yo había visto con mis
propios ojos, me llevó a pensar en qué más nos han estado mintiendo. Comienzo a
pensar que las imágenes que nos mostraron sobre el desalojo de Plaza Catalunya
el 27 de mayo del año pasado no fueron más que la punta del iceberg. O sobre
las agresiones a estudiantes en Valencia este febrero. No puedo pensar otra
cosa, dado lo que vi y después lo que escuché. Y qué triste que se siga endemoniando
la falta de educación en los niños cuando los políticos, la policía y los
propios medios de comunicación dan más bien ejemplo de una falta de respeto
terrible hacia una parte importante de la ciudadanía. Desde luego la educación
debe provenir de los padres en primer lugar; pero teniendo en cuenta cómo está
el mundo quizá haya que apagar la televisión, bajar la radio, no comprar
periódicos y mantener al niño aislado para conseguir inculcarle algo de buen
ejemplo.
Y, como
no, normalmente paga el pato el más infeliz. El que menos culpa tiene. La última
noticia que me ha hecho abrir los ojos con sorpresa es otra que también protagoniza
alguien de mi tierra. La empresa Federico Cortés del Valle S.L. ha intentado
registrar ante la UE la marca de su propio orujo bajo el nombre: '¡Que
buenu ye! Hijoputa'. Sin embargo, y pese a que ya se han vendido más de 200.000
botellas, tanto la Oficina de Marcas Comunitarias (OAMI) como el Tribunal
General de la Unión Europea han denegado este registro. Ellos consideran que “Hijoputa”
(palabra parecida a “Hijo de puta”) se trata de una expresión contra las buenas
costumbres y que puede ofender a cualquier hispanohablante. Yo, que quizá no
hable tan bien el castellano como creía, más bien la considero una expresión
usada por una amplia mayoría de ciudadanos en su día a día y sin intención de
ofender a nadie. De hecho, mi padre y mis tíos la usan cada cuatro o cinco
palabras y aquí nadie se ha dado por aludido. Pero después de todas esas
muestras de falta de educación que se dan continuamente, se ve que hay que
ponerse finos una vez al año para seguir aparentando que aquí somos todos muy
dignos. Eso, o se han sentido aludidos. Yo ahí ya no juzgo…