Llevaba
un tiempo buscando el tema adecuado para empezar este blog, pero no encontraba
suficiente inspiración ni motivación. El caso es que hoy se me ha encendido la
bombilla. Me parece lógico, desde un punto de vista algo retorcido, comenzarlo
el 8 de marzo, que celebramos el Día de la Mujer Trabajadora. A mi, que soy una
absoluta seguidora de cualquier cosa que entrañe ironía, me pareció adecuado.
Simplemente porque yo soy una mujer que busca trabajo, pero de momento estoy
estancada en el quiero y no puedo. No sé
si yo podría entrar en esta calificación, pero dado que en mayo haré un año de
licenciada en paro podría decirse que he hecho del desempleo mi trabajo. Así
que, chicas, compañeras, mujeres, ¡va por nosotras!
Cuando consideré comenzar a escribir sobre este día
lo primero que pensé fue en el tema. ¿Por dónde enfocarlo? Un día como este
tiene mil vertientes a las que acudir, cada cual más interesante. Me documenté
en primer lugar sobre el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist en Nueva York, producido el
25 de marzo de 1911. Esa tragedia que les costó la vida a 146 trabajadoras
textiles que fallecieron por las quemaduras, la inhalación de humo o en su
intento de escapar del fuego, obligó a importantes cambios legislativos en las
normas de seguridad y salud laborales e industriales. Se le considera el inicio
de este día honorífico, pero lo cierto es que días antes ya se habían celebrado
en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza distintos
mítines en favor de los derechos de la mujer a los que acudieron más de un
millón de personas.
Luego pensé en enfocarlo por otro lado. Quizá denunciando la violencia
machista, aún demasiado presente en nuestra sociedad y que le ha costado la
vida a 9 mujeres en lo que va de año en España (67 durante todo el año
anterior). Como realmente me entristece demasiado ese tema y no quiero empezar
con el blog mostrándome pesimista, volví a considerar otro tema. Esta mañana
publicaron en distintos medios que el número de mujeres que están en paro en
España asciende a 2.358.834 (entre las que me incluyo). Supongo
que esas cifras no serán exactamente las reales en estos momentos porque desde
que recogieron los datos algunas mujeres más habrán perdido su empleo y puede
que alguna afortunada haya encontrado trabajo. No bromeo, no es del todo
imposible. Elena Salgado ha conseguido un trabajito muy mono y muy bien pagado
apenas tres meses después de dejar de ser ministra. Y encima consigue
permanecer con su antiguo sueldo además del nuevo (maravillas de ser político,
siempre supe que me equivoqué de profesión). Por no hablar de los tres sueldos
que se lleva calentitos María Dolores de Cospedal por ese trabajo tan duro que
realiza. Son de admirar, no hay duda. En fin, que llamó la atención la cifra,
no voy a negarlo. Pero como seguía siendo un tema que me deprime también mucho
por la parte que me toca, pasé página.
Podría hablar de las últimas perlas del ministro Gallardón
sobre que el derecho por excelencia de una mujer es la maternidad, aunque casi
me parece que en su opinión es más un deber que un derecho. O podría hablar de
esa corriente de hombres que intentan manchar la lucha por la igualdad
asegurando que nuestro interés es quedar por encima de ellos. Aquellos que nos
llaman feminazis y que aseguran que les vemos como el enemigo. Puedo asegurar
que jamás he visto a ningún hombre como a un enemigo, pero puede que tenga que comienzar a
considerarlo con esa especie de cavernícolas. En fin, también me planteé hablar
sobre la vida de la mujer en otros países o sobre la dificultad que entraña ser
activista feminista en países árabes. Pero quizá son temas que aún me queden
grandes.
Lo justo sería ensalzar a aquellas mujeres que dedicaron
todo su empeño en conseguir todos los derechos que hemos adquirido las mujeres
de hoy en día. Mujeres como Clara Campoamor, defensora del
sufragio femenino sin limitaciones. O como María Telo, que consiguió reformar
el Código Civil que hasta 1975 impedía a las mujeres realizar cualquier función
administrativa o jurídica sin el permiso de su marido. Son mujeres a las que
les debemos muchos derechos obtenidos y que nos permiten seguir luchando por la
igualdad. Pero yo quiero dedicarle este primer artículo a la mujer más
trabajadora y luchadora que conozco. Aquella que será la responsable de
cualquier cosa positiva que yo consiga a lo largo de mi vida: Mi madre.
Con
ella quiero homenajear también a ese gran colectivo de mujeres que trabajan en
el empleo más precario, peor pagado (o mejor dicho sin sueldo) y con peor
horario que existe: Las amas de casa. Esas mujeres que son el pilar fundamental
de su familia, que no se permiten estar enfermas, que son las más fuertes en la
adversidad. No, no me pondré a cantar esa laureada canción (‘Somos madres’) que
se hizo famosilla en los mítines del Partido Popular de las pasadas elecciones,
y que aún me produce urticaria recordar. Me refiero a esas mujeres que
sacrificaron sus propios sueños al tener hijos o por cuidar a familiares
enfermos. A esas madres que se levantan antes que nadie y se acuestan las
últimas. Aquellas cuyo hombro siempre es el más dispuesto y que las palabras
cansancio o renuncia no están en su vocabulario. Son las menos valoradas pero
su trabajo es el más importante; el engranaje que hace girar la rueda.
Seguro
que para muchos es conocida la expresión: “Si yo no estuviese se os comería la
mierda”. Todos la hemos oído alguna vez, y aunque la escuchemos de pasada y a
medio gas yo estoy convencida de que es una de las mayores verdades que he
oído. Creo firmemente que no habría una huelga más dañina que si todas las amas
de casa del mundo se pusieran de acuerdo para cortar el grifo. Se paralizaría
todo; como un castillo de naipes todo se derrumbaría. Pero, como ya he dicho,
en su vocabulario no están las palabras renuncia y egoísmo. Y por eso siguen en
su trabajo en la sombra, sin reconocimiento y sin valorarse su esfuerzo, porque
muchos consideran que es lo que “les toca hacer”. Este pequeño homenaje no
sirve de nada, pero al menos dejo ver mi admiración por el sector de
trabajadoras a quienes menos se les agradece su trabajo. El agradecimiento que
le debo, y seguiré debiendo, a mi madre, no podré demostrarlo nunca
suficientemente.
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